jueves, 15 de diciembre de 2011

Welcome... I hate you

Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Geh weg von meinem Leben! Laufe, laufe wie der Hase. Du bist ein Feigling!
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich
Ich hasse dich

jueves, 10 de noviembre de 2011

La niña de los ojos grandes y el hombre de voz glacial


Había una vez (porqué realmente fue una sola vez) una niña con ojos muy grandes que le gustaba mirar a las personas durante mucho tiempo. Le gustaba también ver las hojas de los árboles a contra luz y contar los pasos que había entre ella y otra persona. Cuando caminaba por la calle miraba al piso. Cuando estaba triste se pintaba la boca de rojo. Siempre comparaba sus manos con las demás personas. Y si era posible, le sonreía a unos cuantos. Solía recolectar voces y guardarlas en una cajita, para luego poder hacer pequeñas canciones con ellas.

Un día cuando estaba sentada al frente de un árbol muy grande y miraba sus hojas a contra luz, escuchó por primera vez hablar al hombre de voz glacial. Ella simplemente se volteo y se quedo mirándolo. Lo miro mucho, más de lo que suele mirar al resto de personas. La mejor parte era, que él no se había percatado de que ella estaba ahí mirándolo. El hombre se fue y ella, claramente se fue detrás de él.

Ella sentía verdadera felicidad cuando lo escuchaba hablar. Esa voz glacial entraba como el invierno entra dentro de las personas. Parecía la nieve más blanca, la que casi ciega. La niña a veces simplemente no quería poner atención a lo que el hombre decía. Sólo se sentaba a escuchar los sonidos que emitía y la manera en que movía su boca. Era una voz tan particular que ella no pudo meterla en su cajita de voces. Entonces entendió que esa voz tenía que permanecer en su estado más puro.

Lo siguió por unos cuantos días, su emoción fue tan grande, que no se percato de que aquel hombre ya había notado su presencia. Ella lo miraba sin pestañear, por miedo a perderse de algo. Él le devolvió la mirada. Y cuando lo hizo, su voz dejo de sonar. Entonces los ojos de la niña se cerraron y no los quiso volver a abrir. Pero después de un corto tiempo los abrió de nuevo, porque ella no tenía secreto que ocultar. Sus secretos eran los mismos que él guardaba detrás de su voz glacial.

miércoles, 14 de abril de 2010

Sobre ti




Porque llegaste en el momento preciso. Hablar de muertos, ser muertos y saber que todo estará bien. Entiendes mis silencios como si también fueran tuyos. Miras mis ojos sin cansarte y luego sonríes. Entonces me haces reír. Adicta a tus besos y a tu piel. Me da miedo cuando te tienes que ir. Querer repetirte muchas veces “no te vayas. Quédate conmigo”. El abrazo nos vuelve uno, un uno invisible. Te aseguro que puedes vivir en mi. Mi cuerpo será tu casa. Cuando te vuelvo a ver, sé que en nuestras bocas está la frase “por siempre”, aunque solo sea un instante. Eso es lo que importa.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Cuento para Alexander Klein


Él estaba vestido de blanco. Caminaba por la casa lentamente. Después de haber recorrido la primera planta (que desaparecía poco a poco), decidió subir las escaleras. Lo hizo de una forma silenciosa, ya que cerca estaba ella, dormida. Él se recostó junto a ella y mentalmente le pregunto: ¿Qué haces? Ella abrió los ojos y le dijo: Te estaba soñando.
No, no es que haya escuchado los pensamientos del hombre, simplemente fue pura casualidad. Luego, él cerró los ojos y recordó el día en que se conocieron.
Fue hace un tiempo atrás. Unos cuantos años. Ni mucho ni poco. Él dormía en el desierto. En sus sueños veía una niña pequeña sin cara, trepada en un árbol y tirando aviones de papel. A medida que se acercaba, sentía un pequeño cosquilleo en su rostro. Al estar debajo del árbol, la llamo por su nombre y despertó. El cosquilleo seguía y era porque una pequeña niña delineaba sus ojos, su boca y sus cejas con un pincel. Él la reconoció. Era la misma niña del árbol. Se tomaron de la mano y empezaron a caminar.
No se necesito hablar, de hecho paso un largo tiempo hasta que se pronuncio la primera palabra. La mayoría de veces hablaban en silencio.
- ¿Alguna vez has soñado?
-Si.
- Yo no.
- Te soñé.
-Lo se.

A él le producía cierta gracia la cara de esa niña, que al pasar los días parecía crecer sin parar. A ella en cambio le daba un poco de miedo mirarlo a los ojos. Pensaba que si lo miraba demasiado, quizás caería por un hueco sin salida. Pero se equivocaba. De hecho, el día que ella decidió sostenerle la mirada mas de un minuto, terminaron riéndose. Él le enseño a sonreír. Desde ese entonces ella se prometió a si misma que nunca dejaría que aquel hombre la viera llorar.
Uno de esos días, en los que uno solo camina en círculos, encontraron una casa grande. Parecía que era de mármol y tenía dos plantas. En la planta de abajo había una sala grande con un piano. Una puerta de vidrio separaba la sala grande de una más pequeña. También había una cocina y cerca de la entrada, estaban las escaleras para ir a la segunda planta. Arriba solo había un cuarto con baño. Del otro lado de la habitación estaba una puerta que no se podía abrir.
Pasaron muchas semanas sin dormir, él pegado al piano y ella pintado sueños, hasta que un agotamiento tremendo se apodero de ellos. Subieron y se acostaron. Él durmió. Ella se quedo mirándolo. Podía pasar años mirándolo. Y así fue. En esos años, ella se dio cuenta que no solo había sido acompañada por un hombre, era su amigo. También se dio cuenta que habían construido un camino juntos. Un camino lleno de alegría y complicidad.

Él se acercaba a un árbol donde había una niña pequeña, que tiraba aviones de papel. Estando junto a la niña, la llamo por su nombre y despertó. Cuando abrió los ojos, vio que ella ya no era una niña, era una mujer, parecía de la misma edad de él.
- No vuelvas a decir mi nombre.
- ¿Por qué?
- Si lo dices, dejo de existir.
- ¿No has dormido?
- No
- ¿Cuánto tiempo?
- Años… perdí la cuenta.
- Te quiero.
- Lo se.
Ella le dio un beso en la mano y luego se durmió. Mientras tanto él bajo y vio que la sala grande, como la sala pequeña estaban llenas de cuadros. Durante todos esos años, ella lo retrato. Un cuadro cada día. Logró capturar cada instante y con ellos cada sentimiento.
Él toco el piano durante horas.
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- ¿En qué piensas?
- En el día que te conocí.
- ¿Y?
- Llegue hasta lo que somos ahora. -la miró y le sonrió- La casa se esta derrumbando.
- Vamos.
En ese momento, la puerta que había en esa habitación se abrió. Salieron, y vieron que estaban en la punta de una montaña. La noche estaba cayendo. La casa ya no estaba.
- Pensé que no soñabas.
- Fue tu música.
- ¿Y bien? ¿Cansada de caminar?
- No. Nacería cuantas veces fuera necesario, tan solo por volver a caminar junto a ti. Vamos empezó a llover.


Pequeñas muertes en la vida (primer ejemplo)


Hay momentos que no volverán a ti. Por más que los desees y trates de volverlos a proyectar, nunca volverán. Y la sangre se vuelve mas espesa y el corazón ya no se encuentra a tu lado izquierdo del pecho, sino que se queda atascado en la garganta.

Si. Estoy hablando de alguien. Siempre lo hago. No volverá porque ya te olvido. Es una pequeña muerte en tu vida.

He tenido varias pequeñas muertes. También he cometido pequeños asesinatos. Por ejemplo cuando digo un rotundo “NO”. Pero de eso hablaré otro día. Hoy hablaré de las veces que he muerto en esta vida. Es muy parecido a la vida de los gatos, solo que nosotros los humanos tenemos más de siete vidas. Morimos en menos de un segundo sin darnos cuenta y volvemos a nacer al instante. Parte de ti se quedo muerta, la otra parte sigue viviendo ignorando lo sucedido. Me pasó.

Hace una semana estuve a punto de tener un accidente grave. Una pared movible era cargada por cuatro hombres escaleras abajo. Es un bloque bastante grande. El que frenaba el peso, la soltó y los dos señores de atrás se resbalaron con ella. Si el cuarto señor no hubiera reaccionado y no hubiera empujado levemente con su mano mi nuca y frenado esa pared, me hubiera dado la esquina justo en el cuello y yo hubiera resbalado por las escaleras. Volteé a mirar a mi amiga -pálida. Seguramente en su mente yo ya estaba muerta en las escaleras. Me dio risa su cara blanca y sus ojos grandes y le dije sonriendo: Susanne, casi me matan….

Morí ese día. Caí en cuenta de eso 3 días después. Parte de mí la deje en esas escaleras. Ahora cuando paso por ellas, veo mi cuerpo tirado ahí sin vida y sin color. El cuerpo me saluda con una sonrisa y yo se la devuelvo. Es importante devolver saludos. Y este es uno de los muchos ejemplos que hay.

Cuando te olvidan es peor. Porque no queda rastro de algo que sucedió. Solo queda el miedo y la impotencia y es que ni si quiera puedes saludar tu cadáver… Solo se siente frío y las lágrimas también terminan desapareciendo y todo lo que termines haciendo desaparecerá. No es tuyo, ni es de nadie. Nada fue, ni será. Ahí es cuando me pongo la nariz de payaso.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Para tu aniversario


Tengo muy buenos recuerdo de nuestras vivencias. Y aunque no fueran muchas a comparación de otras personas, tú y yo logramos tener un espacio aparte, era diferente. Inventamos una maquina del tiempo. Ahora que te recuerdo ya no hay más tristeza. Hay música, colores, libros, películas, sueños, sonrisas y algo parecido al amor. Gracias por haberme enseñado tantas cosas.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Esto pasa por sacarle la lengua al sol como los gatos lo hacen en una mañana miercolina


Hoy me hablaron de espacios y lugares. Es un tema que se da para harta discusión. Y así paso. Miles de teorías y miles de discusiones (soy pésima discutiendo, muy pero demasiado pésima), en las que todos tratan de persuadir al otro y ese otro pone resistencia. Y no. Me agoté.
Un lugar y un espacio son lo mismo para mí. Un espacio está compuesto por lugares y a su vez ese lugar se vuelve un espacio que contiene otros lugares. Todo está divido por un límite. La palabra “límite” suena algo dura. Como si más allá de eso fuera el fin del mundo. Pero prefiero pensar que el límite no es ese muro gris y macizo donde las cosas se terminan, sino más bien, es ahí en el límite donde comienza todo.
Luego me puse a pensar en lugares imaginarios. Y no se me ocurrió otro lugar que tu mente. No pude meterme en otro lugar (Si, si…. a veces busco problemas). Quise y desee con toda mi alma encontrar el límite y mirar en donde empiezan tus sueños. Pero no pude. Sólo puedo esperar a que me hables de ellos. Quiero que me cuentes como es el tiempo en tus sueños. De qué color es lo triste y que cosas las ves moradas o rojas.
Tu sabes que los míos los logré tener en mis manos y ponerlos en tus labios, en tus manos y en tus ojos. Se que los viste, aun que solo fuera por unos segundos. ¿Y sabes? Esos segundos se volvieron miles de estrellas y cada estrella en una lagrima, o una melodía, o una caricia, o en un viento, o en un copo de nieve, o en un caleidoscopio de colores y lo que este contiene, o en un sueño donde todo vuelve a empezar.